17 de octubre de 2011

Asistémica

He estado pensando y creo que quiero salirme del sistema. ¿Qué sistema? No sé, este que no tiene a todos atrapados. No sé como se llama ni quien lo impuso, aunque tengo mis hipótesis al respecto, pero creo que esto ya no va más. Para mí al menos. ¿Qué posibilidades de algo puedo tener si no estoy cómoda con las lógicas de pensamiento y actuación de la gente que me rodea? Ninguna. Por eso decidí salirme, tacharme del Google Earth, no figurar más. Me mudo. Voy a acomodar mi modesto equipaje, dobladito lo más chiquito posible, y me voy a ir. Creo que sé adonde. No fue necesario averiguar mucho por Internet sobre posibles lugares para iniciar mi nueva vida. Reservé lugar en la primer página que vi. Parecía el mejor para mí. Los lugareños no hablan de caos de tránsito, ni de si hay “mal tiempo o buen tiempo”, ni dicen que necesitan una mano que intervenga y “ponga orden” a los cuerpos solitarios de la ciudad, ni tampoco se quejan todo el tiempo de algo nuevo. Allí la gente parece vivir con ganas, sin excedentes de lamentos que opaquen las maravillas que ellos mismos logran, y leí que lo primero que se les viene a la mente cuando despiertan cada tarde es: ¿a quién voy a hacer feliz hoy, y quién me hará feliz a mí hoy?
No sé si algún día volveré a las tierras en las que nací. No está en mis planes, por el momento. Sé que voy a dejar muchas cosas y personas que amo y que me ayudaron a ser quién soy, pero no puedo permitir que eso me distraiga. Les pegaré una llamada cada tanto para saber cómo andan las cosas.
No me estoy escapando. Lo sé. Lo siento así, es una misión. Una misión que yo me impuse. Más que una misión, una necesidad. Como algunos necesitan viajar cada fin de semana largo, o que el café con leche no tenga nata. Así necesito yo esta mudanza. He estado prestando mis emociones, mis ilusiones y ganas de perdonar al mundo entero, solo he pedido que me sea devuelto un poco de tanta buena voluntad en forma de amor, respeto, buenas ondas y comportamientos argumentados. Pero nada de eso se puso en marcha, pretendían que yo escuche y comprenda a todos, pero nadie me escuchaba a mí. Seguí intentando porque pensaba que con el tiempo las cosas se iban a ir acomodando… además yo era fiel a lo que sentía entonces también estaba satisfaciendo esa parte. Pero todo tiene un final, no? Siento que si sigo acá voy a seguir perdiendo el tiempo, seguramente voy a encontrar cosas mejores que alimentarán mis ganas de vivir un poco más distendida, y sin tantos lamentos por lo que el otro no hace. Estoy segura. Me voy.

Me acaban de llamar para decirme que no me pueden tomar la reserva. Ok, ya entendí.

18 de septiembre de 2011

Es Enunciación

Me gusta lo que molesta. Me gusta lo que no se dice. Me gusta aquello de lo que no se habla. Me gusta eso que está mal. Me gusta lo que incomoda. Me gusta el haz bajo la manga. Me gusta la indignación. Me gusta el orden roto. Me gusta ver cómo se transforman las caras cuando los oídos escuchan cosas que no se tienen que decir. Me gusta el retruco. Me gusta lo inesperado. Me gusta lo incorrecto. Me gusta el enunciado que rompe el discurso. Los discursos. Los naturalizados. Los que están ahí por estar, sin pensar, ni argumentar. Los que “acomodan” nuestros días y nos hacen sentir contenidos. Los que dicen qué está bien y qué está mal. Los que nos marcan qué decir, cómo movernos y cómo pensar. Los que hacen de frontera entre blanco y negro porque sí. Los que mueven nuestros músculos de la cara cuando lo incorrecto se hace presente ante nosotros. Me gusta el enunciado que anuncia otras enunciaciones posibles. Las que también están, las que también son.