Me gusta lo que molesta. Me gusta lo que no se dice. Me gusta aquello de lo que no se habla. Me gusta eso que está mal. Me gusta lo que incomoda. Me gusta el haz bajo la manga. Me gusta la indignación. Me gusta el orden roto. Me gusta ver cómo se transforman las caras cuando los oídos escuchan cosas que no se tienen que decir. Me gusta el retruco. Me gusta lo inesperado. Me gusta lo incorrecto. Me gusta el enunciado que rompe el discurso. Los discursos. Los naturalizados. Los que están ahí por estar, sin pensar, ni argumentar. Los que “acomodan” nuestros días y nos hacen sentir contenidos. Los que dicen qué está bien y qué está mal. Los que nos marcan qué decir, cómo movernos y cómo pensar. Los que hacen de frontera entre blanco y negro porque sí. Los que mueven nuestros músculos de la cara cuando lo incorrecto se hace presente ante nosotros. Me gusta el enunciado que anuncia otras enunciaciones posibles. Las que también están, las que también son.
Experiencias de la vida cotidiana, esas que de tan obvias nadie las cuenta. Nadie excepto yo, y algunos más que encontramos pequeños placeres en pequeñas prácticas.
18 de septiembre de 2011
Es Enunciación
Suscribirse a:
Entradas (Atom)